miércoles, 5 de noviembre de 2014

Reflexiones sobre la obsolescencia programada. ¿OBSOLESQUÉE?

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi un documental sobre la obsolescencia programada. Soy usuaria del "documental siestero" (en las raras ocasiones en que tengo ocasión de practicar esta sana costumbre celtíbera) y reconozco sin ruborizarme que no sabía lo que era la "obsolesquée?? programada". Desde entonces sigo con interés este asunto, ya que está a la orden del día en muchos de los bienes de consumo que tenemos a nuestro alrededor. 

A ver lectores, a quién no le ha pasado, al menos un a vez eso de la impresora...


Obsolescencia programada: ¿oportunidad o fraude?
Thomas Alva Edison quería crear una bombilla que iluminara el mayor tiempo posible. En 1881 puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se inventó otra de 2.500 horas. Con la sociedad de consumo en ciernes, aquello no era una buena noticia para todo el mundo. Diversos empresarios empezaron a plantearse una pregunta inquietante: “¿Qué hará la industria cuando todo el mundo tenga un producto y este no se renueve?”. Una influyente revista advertía en 1928 de que “un artículo que no se estropea es una tragedia para los negocios”.
Un poderoso lobby presionó para limitar la duración de las bombillas. En los años cuarenta consiguió fijar un límite de 1.000 horas. No salió al mercado ninguna de las patentes que duraban más, existiendo un diseño de bombilla con una duración de 100.000 horas. Este enlace se puede ver una bombilla centenaria con unos 110 años de funcionamiento ininterrumpido.
Otro ejemplo destacado es el de la cadena de montaje de Henry Ford. El coche modelo T fue un éxito para la industria automovilística americana, pero tenía un problema que en los locos años veinte era todavía incongruente: estaba concebido para durar. Ese fue su punto débil. Desde la competencia, General Motors, consciente de que no derrotaría a su rival en ingeniería, apostó por el diseño. Dio retoques cosméticos a sus coches, lo que le permitió que los clientes cambiaran de utilitario muy a menudo. En 1927, tras vender 15 millones de unidades, Ford retiró el modelo T.
foto ford t
Tras el crash del 29, Bernard London introdujo el concepto de obsolescencia programada y propuso poner fecha de caducidad a los productos con el fin de animar el consumo. En los años cincuenta la sociedad de consumo se había instalado en todo Occidente. El diseñador industrial Brooks Stevens sentó las bases de esa obsolescencia programada, donde ya no se trata de obligar al consumidor a cambiar de tecnologías, sino de seducirlo para que lo haga. El caso de las medias de nylon es bastante relevante.
Pero en nuestros días, la era de la informática ha creado al consumidor rebelde. La abogada Elisabeth Pritzker demandó a Apple tras descubrir que las baterías de litio de los reproductores de música iPod estaban diseñadas para tener una duración corta.
Los bienes que desechamos se convierten en residuos y se reciclan, destapando a su vez malas prácticas. En Africa los niños queman el plástico que recubre los cables para recuperar el metal que está en su interior. El material entra en estos países como producto de segunda mano, pero sólo el 20% se aprovecha, quedando el resto allí como basura.
Podemos concluir que la obsolescencia programada es un recorte deliberado de la vida de un producto para incrementar su consumo. Es la lucha del negocio contra la tecnología, y la ética contra el capitalismo.
Os dejamos con el avance del documental Comprar, tirar, comprar, dirigido por la alemana Cosima Dannoritzer, donde se denuncia esta práctica común en la sociedad de consumo desde hace cerca de un siglo. Además aparece Michael Braungart explicando el paradigma cradle to cradle. No os perdáis el documental completo.

FUENTE: www.ecointeligencia.com

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